Desmitificar

Habían pasado ya varias semanas desde los extraordinarios acontecimientos ocurridos en Betania. La gente volvía a sus vidas. La cera con el tiempo se consume por muy larga que sea la vela.  María y Marta volvieron a sus quehaceres. Rubén, el afilador, a sus cuchillos. Asher, el albardero, a sus albardas. Todos se acostumbraron a ver a Lázaro de nuevo entre los vivos. ¡Halleluya! Sano como un roble.

Aquel día caluroso de septiembre los niños jugaban en la calle, polvorienta. Lázaro iba a la alfarería como de costumbre. Un presagio parecía dibujarse en la luz de la mañana. Una bandada de estorninos hacía caprichosas danzas en el aire, sincronizándose. ¡Seol, seol!, creyó leer Lázaro por un instante en el enjambre.  Ese día casi no pudo trabajar, ensimismado. Por la noche, la vigésimo primera tras su vuelta, durante la cena, un hueso de pollo se encajó en su garganta impidiéndole respirar. Fueron  minutos de angustiosa agonía frente a los atónitos ojos de su mujer e hijos. Finalmente el hueso cedió y pudo escupirlo. Lázaro yacía en el suelo, aterrado pero vivo. Fue un aviso. Lázaro resucitado apenas duró unos años. No conviene no, desmitificar tan rápido a la muerte.