Mi Biografía
« Nací en 1973, un buen año para nacer pero no tan bueno para comprar gasolina. Fue el año de la crisis del petróleo y el golpe de estado a Salvador Allende, igual por eso siempre he estado de crisis en crisis, sorteándolas como se ha podido. Mi nombre, César Augusto, me lo puso mi abuela, se ve que tenía mando en plaza, y unas expectativas altas, de emperador para arriba.
Nací en una familia que había sido de alcurnia. Mi abuela vivió con Valle-Inclán, era su tío. Y también era prima de Cela. Mi abuela era como uno de esos hidalgos, de glorioso pasado y dinero menguante que guarda el orgullo elitista de ser diferente.
Fui el mayor de cuatro hermanos, es decir me destronaron tres veces. Soy un destronado, no es de extrañar que saliera republicano. Perfeccionista, menos mal, porque con estos mimbres si no lo soy…
De niño, recuerdo que me colgaron rápido el cartel de “hombrecito”, que es algo así como que los padres se pueden fiar de ti, te vuelves invisible, vamos que suponen que te apañas solo, cosa que es falsa pero nos gustaba creerlo, a mí también, y a cambio de no montar jaleos porque eres un “hombrecito”, te dejan ver las películas de dos rombos. Así que me hinché a ver películas de Steve Mc Queen, cuando no estaba directamente mi abuela enchufándome el ciclo de Imperio Argentina. Entero. Esto marca mucho. No se lo recomiendo a nadie. Todavía me estoy recuperando.

Al colegio empecé a ir en Leganés, lo que sonaba en la radio era música. Abba. Fue poco tiempo, dos años. Recuerdo que me obligaba a comerme las lentejas un profesor con cojera que, en fin, tampoco es que le echara mucha convicción, pero yo lo vivía con drama.
Quince años después haciendo unas prácticas de alguna asignatura de psicología me lo volví a encontrar. Fue mágico, todas las piezas encajaron en mi cabeza al mismo tiempo.
No me había dado cuenta de que estaba en mi viejo colegio, aunque me era familiar, solo cuando vi irse al director que nos había recibido lo reconocí por la cojera y ahí, pum, las piezas encajaron.
Luego estuve unos años en Ronda, muy felices. Cruzaba el tajo para ir a la escuela por encima del río Guadalevín. La gente de Andalucía es cálida y amistosa. Yo me sentía el rey del mambo, pero antes de que le pudiera coger el gusto nos volvimos a mudar a Madrid, al barrio de Chamberí, donde pasé unos cuantos años intentando sobrevivir en el colegio del mismo nombre, también llamado (por nosotros) Chamberland, la tierra de Chambers. Un lugar mucho más inhóspito, exigente, frío y competitivo.
La razón de estos bandazos, hoy aquí, mañana allá, es que mi padre era militar, legionario para más señas, y a los militares por lo que se ve, una manera de putearles la vida es mandarlos cada cierto poco tiempo a otro lugar. De mi padre, que era un hombre rudo acostumbrado a lidiar con hombres más rudos todavía, lo conocí poco. Yo no tenía muchas ganas y él gastaba unas cuantas corazas, pero me quedó de él el amor a los libros.

Es curioso porque crecí pensando que iba a ser periodista y todo se fue al garete en el último segundo pero eso es una historia larga. Me hice psicólogo por no llorar. Y durante todos estos años de profesión no he podido curarme a mí mismo pero al menos estoy informado de qué pie cojeo. Cojeo de varios pies, más de dos.
Si hay algo que me caracteriza es que siempre voy dos o tres años por detrás. Al final llego pero con retraso a sitios donde, a lo mejor, ya no hay nadie. La mejor definición de mí mismo la hizo alguien que me conoce bien: “un barco a la deriva desguazándose en la niebla en dirección contraria hacia un lugar donde ya no hay nadie”. La definición es mía. Me conozco bien. También han dicho de mí que soy “suficientemente listo para hacer el tonto”. Me alegro de que lo vean así, yo igual invertía los adjetivos en esa frase.
Mi primer contacto con el mundo literario quizás fuera el teatro. Las impactantes representaciones del taller de 4º de la RESAD en el Centro Cultural Galileo, hablo del año 1992. Me dejaron tanta huella que estuve diez años de mi vida entregado al teatro en todas sus formas. De aquello nació una fundación que todavía subsiste según creo, la Fundación Teatral la Semilla, cuyas recaudaciones se dedicaban a proyectos de diferentes ONGs. Pero esto también es largo de contar.
He escrito obras de teatro infantil (“Pandolfo y Caperucita montan una zapatería”). Versiones teatrales (“Godspell”, “Los Pelópidas”). Obras, entre otras, que se representaron hace muchos años, no existía twitter ni Facebook, había tiempo para escribir. También he escrito un libro de relatos (“Si te huele el pelo a gasolina”), que dedica la parte del autor a la Asociación Alfasaac.
En 2018 gané el I Certamen de Relato Breve “Dale un giro a tu vida” organizado por el Colegio oficial de Psicólogos de Madrid. Y en 2022 volví a ganarlo. Esta gente es que no aprende. Y he quedado finalista en otros certámenes en España y Argentina. Desde entonces no suelto el hueso, escribir es un refugio, una caricia. Actualmente, ya que soy Psicólogo Clínico, trabajo en la sanidad pública, sí, en Madrid, ay dios mío. Y también en la consulta privada.
Espero dentro de poco poder ir dándoos noticias de “Todo lo que se sabe de Isla Frondosa, que es prácticamente nada”, que será mi próximo libro”.