Abstemios

 

Los vampiros anónimos también tenían sus recaídas. El momento más doloroso era el de llegar a la reunión avergonzados, con un hilillo escarlata colgando del labio y confesar que no habían podido evitarlo. Nunca faltaba en ese momento una palabra de ánimo, un abrazo solidario, y alguna voz que se alzaba agradeciendo la sinceridad. El afecto y la honestidad del grupo arropaban al arrepentido, convirtiendo la vergüenza en esperanza. Luego, al final de la sesión, recogían las sillas, hablaban animadamente de sus cosas de vampiros y alguno de los veteranos repartía vasitos de horchata que bebían disimulando su ansia de algo más fuerte. Y en un santiamén se despedían hasta la siguiente reunión.